8 semanas
No te mataron por ser policía, César. Te mataron por no traicionar al niño que fuiste.
COMUNIDADPORTADA


César,
Han pasado ocho semanas.
Y todavía duele como si hubiera sido ayer.
No por el ruido de las balas, sino por el silencio que dejaron.
No sé cómo se habla con los que ya no están.
Pero contigo, todavía tengo mucho que decirte.
Mucho que agradecerte.
Hoy no te escribo como periodista, ni como adulto cansado, ni como hombre indignado.
Te escribe mi niño. Ese que aún vive en mí, aunque a veces se le olvide jugar.
Te escribe con las manos sucias de tinta y los ojos llenos de preguntas.
Con esa inocencia que tú también cargabas debajo del uniforme, como quien lleva un tesoro escondido bajo el pecho.
Imagina que jugábamos a ser héroes.
Tú de policía, yo de reportero.
Y los malos, César, eran eso: malos.
No tenían cara. No tenían historia.
Sólo sabíamos que había que detenerlos.
Pero crecimos.
Y los malos tienen nombre, cargo, fuero.
Y algunos, ni siquiera eran tan malos al principio.
Solo olvidaron a su niño interno.
Lo encerraron. Lo vendieron.
Lo mataron un poquito cada vez que obedecieron sin preguntar.
César, tú no.
Tú creciste sin traicionar al niño que fuiste.
El que creía en la justicia.
En la gente buena.
En proteger.
Y eso, quizás, fue tu condena.
Porque hay quienes no soportan ver que otro sigue siendo lo que ellos dejaron de ser.
A los que te mataron… también les escribo.
Les escribo para recordarles que una vez también jugaron.
Que alguna vez tuvieron miedo, abrazaron fuerte, buscaron verdad.
¿En qué momento dejaron de ser niños?
No sé si puedan escuchar esto.
Pero hoy, mi niño le habla al suyo, si es que todavía queda algo.
Y le dice: No era César tu enemigo. Era tu espejo.
Hasta siempre, hermano.
Isaac.