Bajarnos del automóvil

En lugar de un segundo piso para López Mateos dejemos el automóvil y obliguemos al Estado a financiar transporte público gratuito con quienes siguen manejando

PORTADACOMUNIDAD

Isaac Guzmán

8/9/20252 min read

Hace no tantas administraciones, ir de Plaza del Sol a Ciudad Bugambilias era un paseo de quince minutos. Quince. Eso presumía la publicidad del fraccionamiento, hace 50 años que fue inaugurado.

Hoy, en hora pico, con choques lamineros que se convierten en espectáculo para el carril de al lado, ese mismo recorrido se estira hasta casi dos horas. Y si llueve, la cosa pasa de molesta a peligrosa y ha llegado a ser trágica.

No lo digo solo como automovilista cansado, lo digo con datos en mano. El documento Incentivar el desuso del auto, elaborado por Jorge Fernández Acosta, ex presidente de CADIS (Colegio de Arquitectos por el Desarrollo y la Innovación Sustentable del Estado de Jalisco), explica cómo en México la intensidad de uso del automóvil se triplicó entre 1990 y 2010, y cómo Guadalajara está entre las ciudades con mayor dependencia del coche.

Su diagnóstico es directo: el exceso de infraestructura para automóviles, los subsidios a la gasolina, la expansión urbana de baja densidad y la falta de alternativas de transporte han creado un círculo vicioso que nos mantiene atrapados en el tráfico, respirando aire sucio y perdiendo horas de vida.

Y mientras la Ley obliga a priorizar a las personas sobre los vehículos, aquí seguimos apostándole a más concreto: distribuidores, segundos pisos, túneles. Obras que, de paso, significan contratos multimillonarios para constructoras amigas. Igual de lucrativos son otros negocios ligados al auto: la verificación vehicular concesionada a particulares, la operación de grúas y corralones, las fotomultas privatizadas, la imposición de cajones de estacionamiento que garantizan demanda para empresas específicas. El coche no solo contamina y congestiona: también es una máquina de hacer dinero para los gobiernos en turno y sus aliados.

Jorge propone lo obvio que nadie quiere decir en voz alta: la solución es bajarse del automóvil. Eso implica un transporte público gratuito, seguro y digno, financiado por quienes eligen seguir manejando. Que el automovilista pague el costo real de ocupar y congestionar la ciudad: tarifas de estacionamiento en calle, cobros por entrar a zonas de alta demanda, impuestos verdes a vehículos contaminantes y aportaciones de empresas con grandes estacionamientos. Esos recursos deben ir a un fondo transparente que financie autobuses y trenes cada pocos minutos, con estaciones limpias, seguras y accesibles, además de una verdadera red ciclista protegida.

No se trata de castigar al que maneja, sino de dejar de subsidiar su comodidad a costa del resto. Si moverse en transporte público se vuelve más barato, rápido y cómodo que usar el coche, la ciudad recuperará tiempo, aire limpio y seguridad. Lo contrario —seguir alimentando el negocio del automóvil— ya sabemos a dónde nos lleva: más embotellamientos, más emisiones y más horas perdidas en trayectos que antes duraban lo que una canción.