Cómo se "vive" un motín
Pensé que iba a cubrir una rueda de prensa. Terminé oliendo gas lacrimógeno, viendo cuerpos apilados y agradeciendo no haber sido uno de los rehenes. Así empezó todo.
PALOMERⒶPORTADA


3 de mayo de 1995
15:00 horas
No estaba ahí aún. Pero el penal ya era un polvorín. En el Módulo Uno, los internos habían iniciado la revuelta. Tomaron a tres custodios. Uno cayó por descompensación y lo dejaron ir. Dos se quedaron amarrados, con la suerte colgando de un hilo. Pedían a prensa y personal de Derechos Humanos.
16:00 horas
Recibo la llamada. Sergio Villa, jefe de información de Notimex Occidente, me avisa desde la redacción: “Hay bronca en Puente Grande. Vete para allá”. Salgo sin pensarlo.
16:30 horas
Llego al penal. No hay filtro. No hay revisión. Algo no encajaba. Crucé aduanas sin que me esculcaran. Un custodio me dio paso y me indicó ir al Dormitorio Uno. “Ahí es la rueda de prensa”, me dijo. No hubo cacheo, ni petición de credenciales, ni filtro alguno. Solo una instrucción: camina.
16:45 horas
En la zona de gobierno tampoco hubo vigilancia. Avancé por las áreas comunes hasta que me alcanzó Alberto Gómez Reynoso, reportero de DK y exjefe de custodios del penal. Me detuvo. Me miró firme y dijo: “No vayas. La situación está muy tensa. Tienen retenidos “l Primo, a Juan, Sergio y Mariaté”. Me quedé. No entré.
Y esa decisión, lo sabré después, me salva.
17:00 horas
Los compañeros intentan retirarse, pero los internos cierran el dormitorio, impidiendo la salida de unas 20-25 personas (reporteros, personal de Derechos Humanos y posiblemente personal de los juzgados). Los internos exigen la presencia del director general, Sergio Solórzano Sánchez.
18:00 horas
Llega Sergio Solórzano y comienza a interactuar con los internos. Después de unos 40-45 minutos de negociación, se permite la salida de la mayoría de las personas retenidas. Pero se quedan con Luis Carlos, “el Primo” y los dos custodios.
20:00 horas
El último que fue liberado fue Luis Carlos. Cuando él sale junto con los custodios, las fuerzas de seguridad entraron al Dormitorio Uno.
A los reporteros que permanecíamos al interior del penal, ya no nos sacaron.
Vimos como entraron los antimotines marchando.
Lanzaron los gases al interior del dormitorio y esperaron…
Esperaron…
Esperaron…
Y repentinamente, como vapor en olla a presión, los presos salieron escapando del gas que les derretía los ojos.
Como ellos, sentí la cabeza adormilada y la cara prendida. Me eché agua sin saber que eso lo empeoraba. El ardor era insoportable.
Salía un preso del dormitorio y era recibido a garrotazos.
Vi cómo los apilaban uno sobre otro. Cuerpos vivos formando montones. Algunos lloraban. Otros gritaban.
La violencia era total. Golpes. Gritos. Tubos. Palos. No había espacio para la negociación. Solo fuerza.
Los antimotines repitieron la fórmula con el resto de los dormitorios inconformes. Lograron someterlos y los regresaron a sus celdas.
03:00 horas (ya del 4 de mayo)
Me fui en la madrugada. Creí que era todo. Me equivoqué.
4 de mayo
Al día siguiente se reavivó el motín. Murieron internos por arma de fuego. Ya no pudimos entrar. Las fuerzas federales se habían hecho cargo. Dispararon ráfagas. Dejaron seis muertos.
Los internos habían protestado por comida, agua y atención médica. Pero detrás de eso había otra cosa: el poder. El control del penal estaba en disputa. Eran el tiempo de que el PRI salía y el PAN llegaba. Así como en lo político, grupos criminales buscaban dominar el territorio. La cárcel era un campo de batalla.
Esa fue mi primera cobertura de un motín. No fue la última. Pero ninguna como esa.