El escáner

Cubrir nota roja te da una falsa sensación de urgencia perpetua: todo es para ayer, todo es escándalo, todo es dolor. Y a los 20 años, esa adrenalina te parece sinónimo de vocación.

PALOMERⒶPORTADA

PALOMERⒶ

6/18/20252 min read

Cuando pienso en mis años de universidad, no recuerdo tanto los salones, ni las clases, ni los trabajos finales. Recuerdo el escáner.

Era 1993 y yo cursaba el quinto semestre de la carrera de Ciencias de la Comunicación en el Iteso. Alguien había puesto en el muro de avisos una oferta de trabajo: Notimex buscaba corresponsal. Me presenté con más entusiasmo que currículum y quedé. La fuente asignada: policiaca. Nadie se peleaba por ella. Mi primera chamba.

Mi primer jefe, Sergio Villa, me dio un escáner con las frecuencias de los cuerpos de rescate, las policías, la Procuraduría y el Semefo. Lo debía escuchar todo el día, pegado al cinturón. Conectado a un solo oído, sonaba con estática, claves numéricas, tonos de alerta, gritos desde cabina y a veces desde las patrullas o ambulancias. Estaba en clase, pero no estaba. Si algo explotaba, salía corriendo.

Mientras mis compañeros debatían sobre teorías de la información, yo pensaba si iba a llegar a tiempo al semefo o si el cadáver del día ya se lo había llevado otro reportero. Mi salón también era el Semefo, las cruces, los ministerios públicos y la sala de prensa de la policía de Guadalajara, entonces la mejor equipada. Aprendí a leer el lenguaje corporal de los policías. Aprendí a distinguir un accidente de un asesinato desde el tono de una voz en la frecuencia.

Llegaba a clases con el escáner encendido, una libreta arrugada y el olor a calle pegado a la mochila. Me sentía importante, no por el cargo, sino por el vértigo. Cubrir nota roja te da una falsa sensación de urgencia perpetua: todo es para ayer, todo es escándalo, todo es dolor. Y a los 20 años, esa adrenalina te parece sinónimo de vocación.

Lo difícil fue entender que nadie te entrena para ver cuerpos. Para tomar notas mientras alguien llora. Para que el menudo te sepa igual después de ver los restos de dos hombres esparcidos en el asfalto mojado, después de que les explotó una bomba afuera del Camino Real.

El escáner se convirtió en mi banda sonora diaria. Pero también fue la cadena invisible que me conectó a una ciudad que ardía sin que los demás lo notaran.

Recuerdo haber entregado tareas con letras temblorosas, sin saber si era el cansancio o el miedo. Mis compañeros me escuchaban con una mezcla de espanto y desconexión. Yo ya estaba fuera de la burbuja académica. Había cruzado sin querer al otro lado.

Y me gradué. Con escáner, con las primeras crónicas. Y con la certeza de que ser periodista no era hacer periodismo, era vivirlo. A todas horas. Con el oído encendido. Como quien nunca deja de escuchar.