El otro también importa
Alteridad. Una palabra olvidada, una lección universitaria, y una reflexión urgente sobre cómo miramos, o negamos, al otro en medio de la violencia que desangra a México
COMUNIDADPORTADA


La primera vez que escuché la palabra alteridad fue en una clase de teoría de la comunicación, en la universidad. La dijo Ángela Godoy, una de nuestras madrinas de generación. La dijo con ese tono firme con el que se dicen las cosas que duelen. La puso sobre la mesa mientras hablábamos de la Conquista de México. Y luego nos dejó con un libro: La Conquista de América, de Tzvetan Todorov.
Ahí aprendí que alteridad significa reconocer al otro como otro. No verlo como amenaza. No verlo como extensión de uno mismo. No conquistarlo, no negarlo, no asimilarlo. Solo mirarlo. Escucharlo. Darle existencia. Ponerse en sus zapatos.
Desde entonces pienso que alteridad no debería ser solo un concepto para discutir en clase. Debería ser una forma de vida. Una práctica diaria. Un hábito cultural. Un antídoto.
Y en este país que sangra por la violencia del narcotráfico, la alteridad es lo que más falta.
Vivimos en una lógica de exterminio. De anulación. De usar al otro, de matarlo, de desaparecerlo. Para el negocio, para el poder, para mandar un mensaje. En el mundo del narco y sus cómplices políticos, no existe el otro: solo estorba, solo obedece, solo muere.
Pero también hay otra forma de negarlo: la de quienes ven la violencia y no hacen nada. Los que se acomodan, los que se callan, los que pactan, los que se lavan las manos con discursos, estadísticas y culpas ajenas. A ellos los hemos nombrado ya: los cobardes.
Y dentro de la lógica de la alteridad, el cobarde también niega al otro. No lo mata con una bala, pero sí con la omisión. Le niega la empatía, la solidaridad, la justicia. El cobarde no desaparece a nadie, pero acepta vivir rodeado de desapariciones.
Si la alteridad fuera una práctica común, México sería otro país. Uno donde el otro no se borra, no se usa, no se entierra.
Tal vez por eso no se enseña. Porque una cultura basada en la alteridad no permitiría tanta muerte. Ni tantos cobardes.