Mi primer cadáver, entre clases de teoría

Entre clases y cadáveres, el periodismo dejó de ser teoría. Una explosión, un cuerpo, y la certeza de que nadie está exento de volverse NN.

PORTADAPALOMERⒶ

Isaac Guzmán

6/28/20251 min read

Era octubre de 1993. Tenía 20 años. Quinto semestre de Ciencias de la Comunicación en el Iteso. Aún vivía con mis papás. Esa mañana estaba en casa, preparándome para salir a clases, con el escáner encendido. Una voz dijo: “base 15. Explosión en casa habitación. Colonia del Fresno, calle Primavera”. Todos teníamos reciente el 22 de abril del 92, las explosiones eran cosa seria.

Fui en el ORNI. Ya les hablaré de éste en otra ocasión: guayín Nissan roja de los 80 que compartía con mi hermano Israel para ir al Iteso. Cada trayecto a bordo se sentía como viajar en el Halcón Milenario.

La calle ya estaba cerrada. Bomberos, patrullas, ambulancia, vecinos callados. Una explosión. Un derrumbe. Una casa colapsada por gas acumulado. El olor era mezcla de gas y polvo. Me acerqué lo más que pude. Y ahí, entre los escombros, estaba el cuerpo. Solo miré.

Fue mi primer cadáver. No era una escena sangrienta, pero era una muerte real. El cuerpo seguía ahí, tendido, como una pregunta sin respuesta. Cubrí el hecho. Escribí la nota. La entregué. Y seguí.

No dejé de ir al Semefo, a los puestos de socorro, a la Procuraduría. Seguía aprendiendo, pero ya no desde la teoría. Desde el cuerpo. Desde la muerte. Desde el olor que se queda aunque te bañes.

Ese día entendí algo que no venía en los libros: si sales sin identificación, puedes volverte nadie. Aquel hombre no la traía. Quedó registrado como NN Masculino. No Nombre. Pasaba por el lugar cuando ocurrió la explosión y el derrumbe.

Y eso fue lo más fuerte.