Niños y crimen organizado
Cómo el crimen organizado recluta a los más jóvenes desde espacios que parecen inocentes
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Fue hace casi veinte años. El análisis de Jesús Ramírez sobre el reclutamiento criminal y la nota de Gabriela Alegría ,dos adolescentes tapatíos muertos tras un enfrentamiento en Sinaloa, me devolvieron el rostro de El Kevin y El Danny.
Corría el año 2004, tal vez 2005. Con mis hermanos pusimos un negocio de renta de Xbox. El primero que salió, esa cajota negra como ladrillo táctico; nosotros las enchufamos para que niños y adolescentes jugaran en un local de la temida “Colombia del Fresno”.
Adolescente tras adolescente rentaban los aparatos para jugar Halo o Need for Speed. Entre ellos, El Kevin y El Danny. No tenían más de 14 años. Y se notaba que, por una o dos horas, ese lugar era su refugio.
No duramos mucho. El giro cambió, y cerramos. Pero semanas antes de hacerlo, notamos que El Kevin y El Danny ya no volvían. Tampoco otros que eran regulares. En ese momento pensamos que se habían aburrido.
Después supimos la verdad. Algunos aparecieron muertos. Otros, encostalados. Varios simplemente desaparecieron.
Para entonces, el crimen organizado aún no aplicaba en la ciudad el manual del horror que hoy ya conocemos: las desapariciones sistemáticas. Pero ya tenía claro cómo apropiarse de los más jóvenes.
No con armas. No con amenazas. Al menos no al principio.
Los atrapaba desde donde nadie sospechaba: el barrio, la esquina, el parque.
Una promesa. Un celular. Un billete fácil. Un “jalecito”. Así empieza. El final lo conocemos todos.
Hoy, hasta los videojuegos dejaron de ser un refugio.