Siglo 21: El periódico que nos creyó
En los años noventa, un grupo de reporteros encontró en Siglo 21 algo más que empleo: un lugar donde la verdad valía más que el miedo. Esta es la historia que me tocó contar.
PORTADAPALOMERⒶ


Llegué a Siglo 21 cuando ya era más leyenda que apuesta. Era 1996 y ese diario, nacido en las cenizas de la desconfianza tapatía, había logrado lo imposible: que los ciudadanos leyeran noticias locales como si fueran propias. Antes, los periódicos hablaban del mundo como si la ciudad no existiera. Siglo 21 cambió eso. Le dio nombre, cara y apellido a las calles.
Empecé como redactor en la sección nacional. Mi editor era Rubén Alonso: voz pausada, mirada que escaneaba el alma antes de regresarte el texto corregido. Me enseñó más de análisis político que cualquier clase en la universidad. Éramos cinco personas ajustando cables de agencias nacionales para convertirlos en notas con el sabor del periódico.
Yo venía de Notimex. En Siglo 21 aprendí a jerarquizar, a revisar diseño, a cerrar páginas con el pulso acelerado. Por las mañanas seguía cubriendo la nota roja para Notimex y por las noches editaba tragedias nacionales.
Hasta que un día, me ofrecieron cambiar de bando: pasar de redactor de cables a reportero de calle. Daniel Taborda, argentino, editor recién nombrado de la sección de seguridad, me ofreció un lugar. Dejé Notimex. Me sumé al equipo.
Y fue entonces cuando entendí lo que era ser parte de Siglo 21.
Cubrí la frontera, el narco, las amenazas. Eran tiempos de guerrilla, de seguir al EPR hasta Tierra Caliente, de funerales de capos, de operativos fallidos. Escribíamos sabiendo que al día siguiente alguien podía tocarnos la espalda en Puente Grande para advertirnos que ya era suficiente.
Pero Siglo 21 no era solo eso. Era un grupo de reporteros y editores que creían que la verdad valía más que el miedo. Un periódico donde el lector importaba, donde el ciudadano era personaje principal, donde publicar algo bien hecho no era un milagro editorial sino la norma.
Ahí escribí lo que luego intentaron comprar con sobres amarillos. Ahí publiqué lo que luego me costó amenazas y silencios. Ahí confirmé que este oficio es también una trinchera, pero una donde aprendí que no hay periodismo sin piel en juego.
Cuando Siglo 21 cerró, lo que nos llevamos no fueron archivos ni computadoras, como dijeron algunos. Nos llevamos el músculo, el corazón y el carácter de una redacción que se creyó capaz de cambiar algo. Y por un rato, lo hizo.
Siglo 21 fue el periódico que nos creyó. Y con eso, nos enseñó a creer en nosotros también.