Votamos, no somos mandados

En el entramado de la política mexicana, la distinción entre un mandatario y un mandadero se desdibuja, desvelando una realidad donde el poder del voto se convierte en la herramienta primordial contra la corrupción. Este artículo desentraña cómo, bajo el disfraz de la novedad, se perpetúan las mismas prácticas corruptas, y subraya la importancia de un electorado informado y crítico.

POLÍTICA A LA MEXAPORTADA

Isaac Guzmán

2/4/20242 min read

La política, en su esencia, debería ser la gestión del bien común, un servicio a la ciudadanía. Sin embargo, la escena política mexicana frecuentemente se convierte en un escenario donde predominan los intereses personales.

Los mandatarios, elegidos para representarnos, a menudo olvidan su rol de servidores públicos. Se convierten en mandaderos de sus propios intereses o de los de su círculo cercano, dejando de lado las necesidades reales del pueblo.

El poder de elegir a nuestros representantes es una herramienta democrática fundamental. Sin embargo, este poder se diluye cuando la elección se basa en promesas vacías y espectáculos mediáticos.

La reelección de los mismos personajes, disfrazados de renovación, pone de manifiesto un ciclo vicioso. Estos "nuevos" políticos a menudo no son más que los viejos lobos con piel de cordero.

La corrupción, un mal endémico en la política mexicana, se alimenta de la apatía y la desinformación. Combatirla requiere un electorado activo y crítico, dispuesto a cuestionar y a exigir transparencia.

Los medios de comunicación juegan un papel ambiguo, balanceándose entre la información y la manipulación. Desentrañar la verdad de la ficción mediática es un desafío constante para el votante.

La educación cívica emerge como un pilar fundamental en la construcción de un electorado informado. Entender nuestros derechos y deberes como ciudadanos es el primer paso hacia un voto consciente y responsable.

La participación ciudadana no debe limitarse al acto de votar. Implica una vigilancia constante del actuar político, una exigencia permanente de cuentas claras y resultados tangibles.

Los políticos que incumplen sus promesas deben enfrentar no solo la crítica pública, sino también consecuencias legales. La impunidad alimenta la corrupción y erosiona la confianza en las instituciones.

El voto es una declaración de principios, un reflejo de nuestras esperanzas y aspiraciones para el país. Votar no es solo elegir representantes; es también definir el rumbo que queremos para nuestra nación.

La renovación política genuina exige más que un cambio de rostros; requiere una transformación profunda en las prácticas y en la cultura política. Solo así se pueden sentar las bases de un sistema verdaderamente representativo y justo.

Ante la desilusión, la tentación de la apatía es grande. Sin embargo, renunciar a nuestro poder de voto es permitir que el ciclo de la politiquería continúe sin freno.

Reflexionemos: ¿queremos ser meros espectadores en el teatro de la política o actores decisivos en el cambio que anhelamos? La democracia no se trata solo de elegir a nuestros gobernantes, sino de mantenerlos responsables de sus actos.

El llamado a la acción es claro: informémonos, participemos y votemos con conciencia. No permitamos que la corrupción y la apatía definan nuestro futuro. Somos ciudadanos, no súbditos; votamos, no somos mandados. Es hora de tomar las riendas y exigir la política que merecemos.